Géminis, al principio, se representaba con la imagen de dos muchachos o hombres. En los zodíacos romanos, influidos por la astrología griega y egipcia, se identificaban con los hijos mellizos de Leda: Cástor, que era mortal, y Pólux, que era inmortal. Sin embargo en la Alta Edad media se les representaba, cada vez con más frecuencia, como seres de sexos opuestos, como en el zodíaco del siglo XIII que adorna el pavimento de San Miniato al Monte, en Florencia (Italia). Este cambio en el simbolismo refleja unos cambios en las relaciones hombre-mujer, y estos comienzos de la emancipación de las mujeres quedaban también expresados en las novelas de caballerías de aquella época. Las imágenes zodiacales representaban, bajo su aspecto material, todas estas evoluciones del plano espiritual.
Inevitablemente este simbolismo de hombre y mujer en el nuevo Géminis fue llevado a sus extremos de carnalidad, y en los siglos XV-XVI Géminis aparece frecuentemente representado en forma de una pareja de enamorados, a veces incluso en contacto sexual.
Tras estas representaciones externas de los signos del zodíaco existen abundantes significados esotéricos y secretos empleados a menudo por alquimistas, artistas, poetas y arquitectos. En la tradición esotérica Aries representa la llama del espíritu. Tauro simboliza la fecundidad y lo terreno, la encarnación y el crecimiento. Géminis, la expresión y la comunicación.
Sin el conocimiento del simbolismo astrológico, resultaría muy difícil comprender el significado de numerosos textos y dibujos alquímicos. Uno de estos dibujos alquímicos, el Espejo de la verdad, obra del siglo XVII, sirve de ejemplo: en él un hombre sujeta una antorcha con la mano derecha, y las llamas, que están quemando un templo, brotan de un símbolo similar al de Aries.
Para comprender esta imagen es necesario saber que, en la tradición esotérica, Aries es el signo del espíritu y que tiene dos formas de actuación sobre el mundo: puede ser creador o destructor. El templo es aquí un símbolo del espíritu, y las llamas representan el aspecto destructor de Aries.
Con la otra mano, el hombre sujeta una representación del mundo coronada por una cruz. Por encima, una flecha procedente de un carnero celeste -la representación de Aries- señala hacia la cruz, para mostrar que el camino idóneo para las inclinaciones de Aries es el de una afinidad beneficiosa con la tierra, que se encuentra debajo. El espíritu intenta constantemente fructificar y enriquecer la tierra.
Un ejemplo más complejo del empleo de Aries como símbolo del espíritu puede observarse en La divina comedia de Dante, del siglo XIV. En el poema Dante se describe a sí mismo en su viaje a través del infierno, el purgatorio y el cielo. El purgatorio es una montaña a la que se accede por varias entradas. En la cornisa, Dante ve las imágenes esculpidas de los pecadores caídos a causa de su orgullo. Asocia el ascenso de la montaña con la penosa ascensión por las escalinatas hasta el templo de San Miniato al Monte, desde donde se contempla Florencia, ciudad natal del poeta. En ese momento aparece un ángel que aparta de su frente el pecado del orgullo.
La correcta interpretación de esta parte del poema requiere la comprensión de la naturaleza de Aries. Según los astrólogos medievales, el primer signo del zodíaco dominaba sobre la ciudad de Florencia, y también sobre la cabeza humana. De esta forma, la sola mención de Florencia y de la frente evoca el signo de Aries. Y, lo que es más importante, el pecado característico del vehemente Aries es el del orgullo.
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